
El pasado mes de agosto dediqué los primeros quince días a buscar un nuevo coche para sustituir mi viejo coche.
Dependo absolutamente del coche para dar las clases y el asunto era, o cambiaba ya mi viejo coche y obtenía algo de dinero, o esperaba a que mi viejo muriera sin obtener nada a cambio y quizá teniéndome que gastar una fortuna en reparaciones. Así que me decidí, estudié las posibilidades, pedí un crédito y compré uno nuevo.
Quizá para la mayoría de las personas lo de cambiar de coche resulta un placer; para mí no, es una auténtica tortura. Además del gran gasto que conlleva comprar un nuevo coche y, por tanto, el desagrado de verte atado por un crédito con las entidades financieras, en mi caso particular tengo que decir que no me gustan los coches y no me gusta conducir y, paradojas de la vida, me veo obligada a hacer unos 25.000 kilómetros al año, sólo conduciendo por Madrid.
Cada vez que tengo que probar un nuevo embrague, un nuevo juego de luces, de parabrisas, de sistema de abrir cristales y depósitos de gasolina, me pongo nerviosa; me agobio, sufro malestar; no quiero hacerlo. Por tanto, dejé el nuevo coche a cargo de mi marido el mes de agosto (él feliz), y sólo lo cogí de verdad el primer día de clases. ¿Y qué me ocurrió? ¡Después de 20 años de carnet!. Increíble. Salí del garaje con dolor de estómago y pensando, "yo controlo al embrague, el embrague no me controla a mí". Mentira, el embrague me controlaba a mi, más concretamente a mi pierna izquierda que temblaba descontroladamente. El coche se me caló en la rampa de salida. Finalmente, salí del garaje sudando y me metí en la M-40 en Madrid, una ciudad donde no hay piedad para el conductor y los conductores no tienen piedad; una ciudad que es una auténtica jungla motorizada.
Casi al llegar a mi primera clase, me encuentro que la empresa del gas o de electricidad, que sé yo,-en Madrid, siempre hay una empresa que quita aceras, carriles o calles enteras- ha quitado un carril poniendo vallas para sus obras. Viene otro coche de frente y me veo obligada a echar marcha atrás, hay muy poco espacio. Pienso: "Tengo que pensar para dónde van las ruedas cuando doy la marcha atrás. No tengo que ponerme nerviosa." Miro la cara del conductor que tengo enfrente. "Debe estar pensando que soy retrasada mental. Él haría la maniobra en dos segundos. Yo necesito mucho más tiempo para no rayar los laterales del coche." El segundo día voy mejor, el quinto ya vuelo...
He estado hablando toda esta semana sobre mi pánico a conducir con mis alumnos. ¿Por qué? Porque por mi experiencia con el coche,
comprendo perfectamente porqué la gente se pone tan nerviosa cuando tiene que hablar inglés, sobre todo, con un nativo. "Miedo al ridículo", "miedo a parecer retrasado mental" y, especialmente, "miedo al absoluto descontrol". Éstos son los mismos miedos que experimento yo, no al hablar inglés, sino al conducir, sobre todo, cuando me enfrento a situaciones nuevas tales como encontrar una calle; o conducir un coche distinto al que estoy habituada. Recuerdo el pánico de mis alumnos, algunos señores directores generales de empresas, que se encuentran conmigo por primera vez, me hablan en español y yo digo: "No, no. Hablamos inglés". Automáticamente, empiezan a sudar.
No nos gusta la falta de control y cuando nuestro cerebro no es capaz de dar todo lo que se espera de él, pueden llegar a producirse situaciones de auténtico pánico. Además, da igual que mandemos órdenes al cerebro para tranquilizarnos, sólo la practica disminuye el miedo.
Nunca me gustará conducir, nunca será para mi un placer coger un nuevo coche, ni buscar una nueva calle; todo lo que puedo hacer es acostumbrarme y aprender de los errores.
De pequeños se nos enseña que es malo equivocarse, y no, no es verdad, no es malo equivocarse; es simplemente una forma de aprender. El que no se equivoca, no aprende. El que no practica, no aprende. El que no se arriesga, no aprende. |
Por tanto, no que hay tener miedo a meter la pata al hablar inglés; porque no hay otro camino, se aprende a hablar metiendo la pata.
Además, estaréis conmigo que si te equivocas conduciendo tu vida puede correr peligro, pero si te equivocas al hablar inglés quizás quedes mal, pero no te mueres. Así que ¡a equivocarse ahora mismo!
Nota: ¿Sabéis qué? Ahora, adoro a mi bólido.